IÑAKI DE VILLA - Sí se puede
chistes,y cualquier cosa
24/5/13
23/5/13
Twain IEEUU
Mark
Twain y el antiimperialismo en los Estados Unidos.
"La
nueva bandera de los Estados Unidos debería ser con las rayas blancas pintadas
de negro, y las estrellas sustituidas por un cráneo y dos huesos
cruzados". MARK TWAIN. "To the Person Sitting in
Darkness". NORTH AMERICAN REVIEW. (Febrero de 1901). P.176.
PRESENTACIÓN
PRELIMINAR.
El
gran escritor norteamericano SAMUEL LANGHORNE CLEMENS (1835-1910), conocido como
Mark Twain, bien podría ser recordado si sólo hubiéramos conservado
exclusivamente una de sus amables novelas. Ya fueran LAS AVENTURAS DE TOM
SAWYER, EL PRÍNCIPE Y EL MENDIGO, UN YANKEE EN LA CORTE DEL REY ARTURO O LAS
AVENTURAS DE HUCKELBERRY FINN, serían suficiente trabajo literario y
testimonial, para tener presente a TWAIN muchas veces, el resto de nuestros
días (2).
MARK
TWAIN alcanzó tales niveles de popularidad literaria en su país, y fuera de él,
que nos hace pensar con frecuencia en la seducción que ejercen hoy algunos
futbolistas y cantantes, cuando el ídolo que han logrado construir es
ostensiblemente superior a lo que son ellos mismos como seres humanos. Pero en
el caso de TWAIN la situación tiene ciertas particularidades que valdría la pena
mencionar (3).
Su
prestigio es el resultado del fino sentido del humor que siempre lo caracterizó
como escritor y hombre de cultura, en cualquier contexto que se encontrara. De
hecho, el ciudadano común en los Estados Unidos lo recuerda más como
"humorista" , y como uno de los escritores norteamericanos del siglo
XIX más leídos por lo que no dijo, que por lo que realmente quiso decir.
HUCKLEBERRY FINN, por ejemplo, es un caso muy representativo de la conflictiva
ambigüedad de TWAIN sobre su racismo contra el ciudadano afro-norteamericano.
El libro en su momento fue señalado como discriminatorio. Sin embargo, bien
podría decirse que el mismo es una defensa tibia de los derechos civiles de los
negros norteamericanos.
En
el caso de TWAIN el icono está muy por debajo del hombre. El ícono es creación
de sus lectores y no del artista. Durante mucho tiempo el anti-imperialismo de
TWAIN estuvo oculto o fue escamoteado por sus editores, quienes estaban más
preocupados por vender que por ser fieles al escritor. Con él sucede algo muy
similar a lo que pasa con nuestro querido CARLOS LUIS FALLAS (1909-1966) : se
conoce mucho al escritor, al artista, al eficaz narrador de historias, pero muy
poco al político, al hombre de acción, al intelectual crítico y luchador. Con
CARMEN LYRA (1888-1949) tenemos otro ejemplo. Esta escritora costarricense será
siempre recordada por su genial creación de Tío Conejo, esa maravillosa parodia
zoológica de la sociedad costarricense. Pero son pocos los que están informados
de la importante labor política, social y educativa que esta extraordinaria
mujer realizó en Costa Rica, en uno de los momentos más difíciles de su
historia reciente : los años treinta y cuarenta, cuando tener o aparentar
posiciones de izquierda podía ser motivo de causa criminal (4).
EL
ESCENARIO HISTÓRICO (1898-1920).
En
los Estados Unidos de los años 1898-1921, el imperialismo y el neo-colonialismo
son perfectamente naturales, en un momento en que la Revolución Industrial en
ese país, ha catapultado al sistema capitalista hacia alturas de riqueza y
progreso nunca imaginadas. La Guerra Cubano-Hispano-Norteamericana (1898), y la
guerra contra las Filipinas (1899-1902), así como la toma de Hawai, Guam, y
Puerto Rico, son componentes de un mismo cuadro histórico que se viene pintando
desde que los Estados Unidos alcanzaron su unificación económica definitiva,
después de la Guerra Civil (1861-1865) (5).
TWAIN nace en 1835 y muere en 1910. Por lo
tanto, es un fiel testigo de cómo su país llegó a ser la superpotencia que ya
era, a finales del siglo anterior. Presenció y vivió el impacto de la Guerra
Civil, y pudo también evaluar las reales dimensiones del expansionismo
capitalista norteamericano. En casi todas sus novelas está presente esa
avasalladora contradicción entre progreso material y desarrollo espiritual, que
tan evidente sería en el crecimiento capitalista de su país a todo lo largo del
siglo XIX.
Pero
no es posible entender a TWAIN si nos encontramos satisfechos con su trabajo
literario. Aunque el mismo, cabe
decirlo, es esencialmente una parodia, una crítica ciertamente mordaz, del
racismo y de la supuesta pureza étnica y cultural que sostenían los
triunfadores de la Guerra Civil. La homogenización del proyecto industrial
norteamericano que venía configurándose desde 1812, así como la abolición de la
esclavitud, fueron parámetros fundamentales para fortalecer el ideario
democrático en los Estados Unidos ; pero dejaron intactas las aristas raciales
y los prejuicios socio-culturales en grupos empresariales y organizaciones, que
no encontraron en la guerra civil una solución recomendable para sus
frustraciones económicas y políticas (6).
La
guerra civil en los Estados Unidos dejó sin solución de continuidad a
importantes sectores económicos y laborales, que, entre otras cosas, vieron en
la abolición de la esclavitud la peor salida al constante incremento del costo
de la fuerza de trabajo que tenía lugar en ese país desde 1857 (7). La
proletarización de la población negra apenas rozó la profundidad de la
"negritud" que, junto a ser básicamente un componente cultural,
siguió permeando hasta la actualidad los límites del crecimiento económico en
los Estados Unidos. Es decir que, para un obrero negro durante aquellos años (y
tal vez en la actualidad esto ha cambiado poco), su condición étnica venía
antes que su condición social. Hoy, en
ese país, es problemático estudiar el contraste entre desarrollo y crecimiento
sin considerar el papel decisivo que juegan el negro, el asiático, y el latino
en la estrategia expansionista de la economía imperialista norteamericana. La
abolición entonces antes que una empresa política, social o cultural, fue
vertebralmente económica. De ahí que los otros aspectos del asunto sigan tan
vigentes y pujantes, como cuando fueron
apenas una justificación ideológica de las acciones militares que tendrían
lugar entre 1861 y 1865 (8).
Para
hombres como TWAIN entonces, y después de haber vivido diez años en Europa
(donde pudo enterarse de las verdaderas dimensiones del imperialismo), los
movimientos que tendrían lugar contra Cuba, y luego contra Filipinas,
constituían una violación indubitable de todo aquello que había motivado la
guerra por la Independencia, y por lo que se había peleado la guerra civil
misma en su país (9).
Por
eso es que, el próximo año de 1998 recordaremos el centenario de la
"pequeña guerra" contra España y contra Cuba. Así como también los
mexicanos estarán conmemorando ciento cincuenta años de la invasión y
cercenamiento de su territorio nacional en 1847 y 1848. A su vez, en 1999,
los filipinos decentes estarán recordando también la guerra sucia e implacable
que el imperialismo peleó en su país, por el control de las rutas comerciales y
militares que harían posible contrapesar la expansión japonesa y china en el
Pacífico (10).
El esplín y el Romanticismo - Olga Orozco -
Antonio de Nebrija - Domingo Faustino Sarmiento - Las Preposiciones - Qué es la
gramática española - William Carlos Williams - La revolución Francesa
MARK
TWAIN Y LA LIGA ANTIIMPERIALISTA EN LOS ESTADOS UNIDOS (1898-1921).
En
los Estados Unidos han existido también hombres y mujeres consecuentes, capaces
de combatir y denunciar a su gobierno, aún en los momentos en que todo el mundo
podría considerar una actitud así como criminal y suicida. Que a un intelectual
de la talla de MARK TWAIN se le ocurriera cuestionar la guerra contra Cuba, o
aquella contra Filipinas era sencillamente inverosímil. Porque resulta que,
desde la guerra civil, el gobierno de los plutócratas en los Estados Unidos,
había asumido de manera definitiva que "América sería para los
americanos". La Doctrina Monroe de
1823 es la formulación del imperialismo sustentado en el pillaje y la rapacidad.
Ella legitima el anexionismo y lo convierte en el punto nodal de la política
exterior norteamericana de estos años. Pero con la Enmienda Platt de 1901, uno
ve al mismo imperialismo actuando con la elegancia y el cinismo de aquel que
tiene en sus manos antes que el poder militar, el poder político y económico
(11). Quien mejor recogería ese ideario sería el Premio Nobel de Literatura de
1907, el británico RUDYARD KIPLING (1865-1936), cuyo poema "The White
Man's Burden" publicado en febrero de 1899, llegará a convertirse en la
mejor expresión ideológica de los afanes del imperialismo en cualquier parte
del mundo (12).
"Yo
soy anti-imperialista (decía TWAIN), y nunca aceptaré que el águila imperial
pose sus garras en ningún país extranjero" (13). Con esta idea
precisamente vendría al mundo en 1898 la LIGA ANTIIMPERIALISTA DE LOS ESTADOS
UNIDOS. Fundada en Boston con la aspiración básica de combatir y denunciar las
implicaciones de la Guerra Cubano-Hispano-Norteamericana de ese año, la Liga se
dedicó hasta su disolución en 1921,
a la organización de actividades políticas específicas,
de órganos de prensa, y a la publicación de panfletos y artículos que
evidenciarán el violento contraste que se establecía entre los objetivos e
ideales por los que se había ido a la Guerra Civil, y los desmanes
expansionistas y colonialistas que caracterizaban ahora a la Gran República,
como gustaba MARK TWAIN de llamar a su país (14).
La
mayoría de las personas que como TWAIN apoyaban y fomentaban la lucha por la
democracia y la libre determinación de los pueblos de la Liga Anti-Imperialista,
temían que la prepotencia imperialista acabara con la república que recién se
empezaba a construir en los Estados Unidos. La expansión colonialista,
sostenían, está en relación inversa con la justicia social y la democracia
económica que se pretendía diseñar a nivel interno en esa nación (15).
Como
vice-presidente de la LIGA ANTIIMPERIALISTA, TWAIN acogió sus labores con
esmero y dedicación. Durante su administración fue posible fundar otras ramas
en diversos estados de la unión. Con periódicos y revistas propios, estas
"sucursales" de la LIGA ANTIIMPERIALISTA en los Estados Unidos,
estuvieron cerca de los obreros norteamericanos (muy activos y bien organizados
desde mayo de 1884), y buscaron atraer el apoyo requerido para la Revolución Rusa
de 1905, así como contra los desmanes imperialistas en China, el Congo y las
Filipinas (16).
La
importancia de los escritos de TWAIN por esa época, así como de los de otros
intelectuales ocupados en la misma causa, fueron de tal fuerza y vitalidad que
durante la Guerra del Golfo (1990-1991), se reeditaron y circularon en grandes
cantidades en los Estados Unidos (17).
La
intelectualidad antiimperialista norteamericana de estos años (1898-1921)
siempre llamó la atención sobre el hecho de que, nadie tiene la autoridad para
decirle a un gobierno extranjero cómo manejar sus asuntos privados e internos.
La segunda ocupación de Cuba de 1906, y la invasión a Nicaragua de 1912,
estuvieron también en la agenda de denuncias y preocupaciones de la LIGA
ANTI-IMPERIALISTA en los Estados Unidos (18), cabalmente porque eran una
expresión contundente de las prácticas del neocolonialismo norteamericano.
LA
LIGA ANTIIMPERIALISTA NORTEAMERICANA, MARK TWAIN Y LA GUERRA CONTRA LAS
FILIPINAS (1899-1902).
Pero
la actividad que más energía le demandó a la LIGA ANTI-IMPERIALISTA, fue la
guerra contra las Filipinas de 1899-1902. Tanta dedicación le exigió que en
realidad fue la causa principal de sus logros más sonados, como de su
desaparición definitiva. Esa guerra la dividió. Desde adentro de la Liga misma,
algunos sostendrían que la guerra contra los patriotas filipinos era inevitable
y decisiva para terminar apropiándose de las islas. En realidad se trataba de
un anti-imperialismo diseñado para el país colonizador, más que para el país
colonizado. Evidentemente, era un antiimperialismo cínico y pragmático ;
reaccionario para decirlo en pocas palabras.
Pero
existía otro tipo de antiimperialismo. Aquel que consideraba de importancia
vital y muy humana, la independencia de criterio y la libertad absoluta para
los pueblos colonizados. Ingenuamente, MARK TWAIN y otros intelectuales del
momento cayeron en la trampa de creer que, el apoyo que se brindaba a los
patriotas cubanos contra la ocupación española, era sólo eso : el soporte
militar que la nueva potencia del siglo ofrecía (siguiendo los ideales de su
revolución de independencia y de la causa más justa de la guerra civil), a un
pueblo sufrido pero muy combativo para deshacerse de una dominación de siglos.
Nunca imaginaron que las verdaderas intenciones de la plutocracia
norteamericana, eran quedarse con Cuba (19).
Algo
similar sucedería con las Filipinas. Mediante el Tratado de Paz firmado en
París, el 10 de diciembre de 1898, en sus artículos VII, VIII y XIII, la Corona
Española le cedía a los Estados Unidos de América, el archipiélago filipino,
Cuba, Puerto Rico, Guam y las Indias Occidentales ubicadas en el Caribe. Aunque
el ejército de los Estados Unidos, sostenía entonces que a Cuba se le garantizaba
su independencia(20). Pero el líder de la Revolución filipina, EMILIO AGUINALDO
(1869-1964), tenía en mente otros planes (21).
Desde
1565 hasta 1946, las Islas Filipinas (así llamadas en nombre del Rey de España,
Felipe II, Habsburgo) habían estado bajo control de tres diferentes poderes
coloniales. Primero España durante 303 años ; luego los Estados Unidos durante
los siguientes 50 años ; y por último los japoneses durante la Segunda Guerra
Mundial (22). Esta condición de colonia perpetua hacía que los filipinos se
mantuvieran en constante estado de alerta contra las ocupaciones extranjeras de
su país. El archipiélago se encuentra en una posición óptima para tener acceso
comercial y militar al Pacífico, y a través de él a toda la economía del Lejano
Oriente. Cuando la armada naval española fue destruida en la bahía de Manila,
el 1 de mayo de 1898, la misma se llenó inmediatamente de navíos alemanes,
británicos, franceses, y japoneses (23). Tal hecho prueba la enorme importancia
que las Filipinas tenían para los poderes coloniales europeos del momento. El
12 de junio de 1898, un gobierno "independiente" sería instalado en
Cavite, encabezado por Aguinaldo y su talentoso (pero radical) asistente
Apolinario Mabini.
Pero
con el Tratado de París, las autoridades españolas recibieron unos US$20
millones de dólares por la cesión de las Filipinas. Es difícil comprender qué
representaba esta cantidad de dinero. Porque las Filipinas no estaban en venta,
y tampoco era una indemnización de guerra. El asunto es que la transacción
enardeció los ánimos de los filipinos, ya molestos porque desde 1896 ellos
venían combatiendo contra la ocupación española de sus territorios, y
prácticamente tenían dominada la situación cuando el Tratado de París les
indicaba ahora que debían ceder su autoridad a los nuevos gobernadores. Además,
después de la derrota de los españoles, a los patriotas filipinos no se les
permitió entrar a Manila como triunfadores. Ese triunfo se lo apropiaron los
nuevos invasores. Pero ello significaba
que los norteamericanos primero, tenían que derrotar y destruir al ejército
filipino, y en segundo lugar debían desconocer la recién fundada república, a
la que acabamos de hacer referencia (24). La noche del 4 de febrero de 1899, un
grupo de soldados norteamericanos disparó contra soldados filipinos, dando
inicio de esta manera a otro enfrentamiento militar, el que se transformaría en
una guerra de guerrillas de más de tres años (1899-1902) (25). Uno de los más
feroces enemigos de esta nueva intervención contra los pueblos pobres fue
precisamente MARK TWAIN, quien al volver en octubre de 1900, después de diez
años de ausencia de su país, terminaría, como vice-presidente de la LIGA
ANTI-IMPERIALISTA, denunciando valientemente la brutalidad conque esta guerra
se condujo (26). Los desplantes del nuevo poder imperial, en el hemisferio
occidental, lo llevaron a cuadruplicar su ejército entre 1898 y 1903. La
intervención y ocupación de Panamá, así como las próximas incursiones en Cuba
(1906) y Nicaragua (1912 y 1924), indicaban a todas luces que el asunto con
Filipinas no iba a quedar inconcluso.
El
imperialismo norteamericano tenía todo el apoyo de un sector importante de la
prensa, del ejército (que veía en ese tipo de operaciones excelentes momentos
para poner en práctica lo aprendido), y del empresariado, compuesto
esencialmente por hombres que se habían enriquecido notablemente despojando a
los indios de sus tierras, y acumulando suficiente riqueza para realizar una de
las revoluciones industriales más espectaculares de la historia económica
occidental. Sin la destrucción de la comunidad indígena y la importación de
capital extranjero es difícil comprender esa revolución industrial.
De
tal manera que un grupo de insurrectos en las Filipinas, según indicaban
hombres como el Presidente WILLIAM MCKINLEY (1897-1901) , no impedirían que el
país más rico del planeta se saliera con la suya (27). Y salirse con la suya
significaba para MARK TWAIN y los miembros de
LIGA
ANTI-IMPERIALISTA, que el gobierno de los Estados Unidos terminaría por
dictarle a los filipinos, a cualquier costo, la clase de gobierno y de sociedad
que deberían tener.
Pero
los insurrectos en las Filipinas, a pesar de la supuesta ambigüedad de
Aguinaldo, quien a veces estaba a favor y a veces en contra de los Estados
Unidos, a veces en contra y otras a
favor de la ocupación japonesa, estaban decididos a conservar la poca y modesta
cuota de independencia que la guerra contra los españoles les había posibilitado
desde 1896 (28).
En
esta guerra, participaron unos 126,000 soldados norteamericanos, de los que
4,234 murieron. Los filipinos perdieron 16,000 de los suyos (sobre todo
guerrilleros) (29) ; a los que habría que sumar unos 200,000 civiles,
eliminados a causa de las hambrunas y las epidemias posteriores a la guerra
(30). Las ejecuciones en masa,
las
atrocidades de todo tipo y el genocidio fueron prácticas muy utilizadas por las
tropas de ocupación. Sobre todo cuando la guerra de guerrillas daba claros
indicios de prolongarse indefinidamente (31). Aguinaldo fue capturado
finalmente el 23 de marzo de 1901 y se dice que, con su rendición
(aparentemente negociado con el invasor), concluyó la guerra. Sin embargo, la
guerra de guerrillas no se cerró entonces realmente, porque todavía en 1906 se oía
hablar de masacres. Y líderes como JOSÉ RIZAL (1861-1896) son recordados con la
devoción de quien adora a santos varones, particularmente por los seguidores de
rituales indígenas, de encantamientos y brujerías contra el invasor extranjero
(32). Al final de la jornada el imperialismo norteamericano terminó por
imponerse : en 1965 logró instalar en el poder a la familia de FERDINAND MARCOS
(1917-1989) y pudo también levantar en Filipinas una de las bases militares más
sofisticadas del mundo (33).
EMILIO
AGUINALDO Y LA REPÚBLICA DE MALOLOS (1898).
Emilio
Aguinaldo es un líder complejo y confuso al mismo tiempo. Complejo porque su
quehacer político fue decisivo para la obtención de la independencia de
Filipinas. Y con frecuencia muchas de sus acciones pueden ser sujeto de mayor
investigación y reflexión, puesto que los resultados que produjeron movieron a
muchos de sus compatriotas, y a los historiadores (nacionales y extranjeros)
posteriormente, al debate y a la controversia académica e ideológica. También
se trata de un líder confuso, porque algunas de sus decisiones pueden provocar
serios desacuerdos éticos, según lo dicta bien la moral convencional. Lo que
estamos queriendo decir es que, ojalá el lector no espere una sólida coherencia
intelectual y política (de acuerdo con la perspectiva actual), en las
actividades del principal dirigente y luchador por la independencia de
Filipinas.
Con
Emilio Aguinaldo sucede algo similar a lo que pasó con Augusto César Sandino
(Nicaragua :1893-1934) y Agustín Farabundo Martí (El Salvador: 1893-1932), en
lo que respecta a la evaluación que hacía de ellos la prensa norteamericana de
su época. Para el grueso de los órganos noticiosos norteamericanos de los años
que van entre 1899 y 1910, Emilio Aguinaldo es únicamente un bandido, un
oportunista, asesino y ladrón de su propia gente (34). Pero es que, Aguinaldo
es también un dirigente que presenta ciertas características muy específicas.
Se trata de un hombre que vivió 95 años, y tuvo la suerte excepcional de
experimentar con su país, en su propia carne, los desmanes de tres tipos de
colonialismo : 1-los últimos años del imperio español en Filipinas ; 2-la
ocupación de su tierra por las tropas norteamericanas ; y 3-la invasión
japonesa (35).
Para
nosotros, Aguinaldo es antes que nada, un líder anticolonialista. Mark Twain o Dean Howells, de la Liga
Antiimperialista Norteamericana, escasamente hubieran podido percatarse de algo
más. Y aunque esta organización pasó de 23,000 miembros a principios de siglo,
a unos 75,000 en vísperas de su disolución en 1921, su antiimperialismo
realmente nunca rebasó la etapa de las propuestas y el activismo por encima del
tono anticolonialista (36). Entre muchas otras, una de las razones
fundamentales de ese abultado crecimiento es el auge que empieza a tener por
esos años el movimiento obrero norteamericano. En el período que va de 1880 a 1930, la historia de
la clase trabajadora en los Estados Unidos, pasaría por una de sus más
brillantes épocas.
La
Liga Antiimperialista buscaba parangones entre Aguinaldo y Washington. Quería
entender las guerras de Independencia en Cuba y Filipinas como momentos
similares a los que tuvieron lugar en los Estados Unidos. Siempre creyó que
esos procesos de alguna manera podían fortalecer la idea de nación y de
república que la institución promovía. De aquí que insistiera en que lo que
ellos entendían como imperialismo podía dar al traste más temprano que tarde
con la democracia norteamericana. A los miembros de la Liga Anti-Imperialista
les aterrorizaba que su país se llegara a convertir en una monarquía o en una
dictadura militar (37). Con sinceridad los miembros de la Liga no querían
colonias. Pero escasamente alcanzaron a
comprender que la independencia de un
país como Filipinas sólo podía ser construida a partir de su propia historia, y
no de la imagen, fallida o no, que pudiera ofrecer el neocolonialismo
norteamericano (38).
Si
este tipo de cosas no están claras, con dificultades vamos a comprender qué fue
lo que aconteció con Aguinaldo. Entre 1896 y 1898, el hombre combatió por
expulsar el poder español de su país. Seguidamente, entre 1899 y 1901 continuó
la lucha contra las tropas norteamericanas de ocupación. Al final, entre 1942 y 1945, tuvo que hacer
frente a la humillación que sufrió Filipinas de parte de los japoneses. Pero el
gobierno de los Estados Unidos tenía tres objetivos muy claros para quedarse
con Filipinas después de que ayudara a la guerrilla liderada por Aguinaldo,
para expulsar a los españoles en 1898. Primero que nada, resultaba intolerable
para los norteamericanos aceptar la idea de que Japón, Alemania o China
terminaran apropiándose del archipiélago. Segundo, comercialmente hablando era
mejor permanecer en Filipinas, ya que de esta forma resultaría más difícil para
los chinos aspirar a controlar el comercio en el Pacífico occidental. Tercero,
el ciudadano norteamericano promedio pensaba, y piensa, que los filipinos eran
indolentes, vagabundos, incapaces de gobernarse a sí mismos. Por lo tanto,
resultaba más conveniente para todos, y en particular para Filipinas, que las
tropas norteamericanas permanecieran ahí, hasta el momento en que los nativos
supieran controlar sus pasiones y pudieran administrar su propio país (39).
La
trayectoria anticolonialista de Aguinaldo es larga, y resulta ser un líder que
se sirvió de todos los recursos disponibles a su alcance para concretar sus
aspiraciones. El 1 de enero de 1898 era electo Capitán Municipal de su ciudad
natal, Cavite (40). De inmediato se afiliaba a la Masonería y se acercaba más
así, al resto de los propagandistas por la independencia de Filipinas, que
fundarían una sociedad secreta decisiva en este proceso, los Katipunan, creada
por Andrés Bonifacio. En agosto de 1896, esta organización, que ya alcanzaba
los 20,000 miembros en la clandestinidad y que tenía en Aguinaldo a uno de sus
líderes más prometedores, decidía declarar la insurrección general contra la
dominación española. En las batallas de Imus, Binakayan y Puente Zapote,
Aguinaldo demostró la contundencia de sus capacidades militares al derrotar
sonadamente a los españoles, quienes ahora tendrían que hacer frente también al
levantamiento general en las provincias.
Pero
Aguinaldo tenía problemas con la dirigencia de los Katipunan, porque Bonifacio
se negaba a reconocer el gobierno que había surgido de la Convención de
Tejeros, en marzo de 1897, y que había nombrado a Aguinaldo como su principal
responsable (41). El 10 de mayo de 1897 Bonifacio fue ejecutado. Habría que
evitar la trampa de creer que el enfrentamiento entre estos dos líderes fuera
simplemente por celos personales. Las posiciones consensuales y oportunistas de
Bonifacio terminaron por dictar su sentencia. Se había acercado demasiado a los
españoles. El gobierno que se había establecido en Cavite finalmente cayó en
manos de los peninsulares, y tuvo que ser trasladado a Biyaknabato, en Bulacan,
Sierra Maestra. El nuevo gobierno revolucionario adoptó una constitución
inspirada en la de los rebeldes cubanos y eligió a Aguinaldo como su Presidente.
Desde Hong-Kong también, una junta de filipinos expatriados le dio su apoyo. De
seguido, la Corona Española trató de acercarse a los revolucionarios, y les
propuso algo que ha sido motivo de enconados debates en la historia de la
independencia de Filipinas : el Pacto de Biyaknabato. Cinco pasos principales lo componían : 1-un
estipendio de 800,000 pesos para Aguinaldo y sus correligionarios a cambio de
un exilio voluntario en Hong-Kong ; 2- otro pago de 900,000 pesos por parte del
gobierno español en reconocimiento a la sociedad filipina por daños y
perjuicios durante la guerra ; 3- los rebeldes se comprometían a deponer las
armas ; 4- amnistía general ; y 5- una promesa verbal de introducir las
reformas requeridas en Filipinas (42).
El
27 de diciembre de 1897, Aguinaldo y otros 25 líderes independentistas
filipinos salían hacia Hong-Kong. Pero las revueltas continuarían en Filipinas,
ahora enardecidas por los insatisfactorios acuerdos alcanzados en Biyaknabato.
Al mismo tiempo, las relaciones diplomáticas entre los Estados Unidos y España
se deterioraban progresivamente, debido a las constantes denuncias que hacía el
gobierno de los primeros por las atrocidades de los segundos en Cuba y
Filipinas.
Los
norteamericanos por su parte, hicieron esfuerzos por acercarse a Aguinaldo con
el afán de que regresara a su país y se hiciera cargo de nuevo de la situación.
El líder filipino tuvo que trasladarse a Singapur, debido a problemas legales
con la justicia de Hong-Kong por los dineros del acuerdo Biyaknabato. En
Singapur las negociaciones con los norteamericanos continuaron, con la promesa
de que si Aguinaldo regresaba se harían cargo de una independencia bajo
"protección" de los Estados Unidos. El 25 de abril de 1898, el gobierno de este país le declaró la guerra
a España, y ordenó la destrucción de su flota anclada en al Bahía de Manila el
1 de mayo de ese año. De esta manera, Aguinaldo retornó a Filipinas para
continuar su pelea contra la dominación española. El 12 de junio fue declarado Dictador y la
proclama de la independencia de Filipinas fue firmada, entre otros, por los
militares norteamericanos responsables de la destrucción de la flota española
en Manila. El 13 de agosto los españoles se rindieron a las tropas
norteamericanas, quienes le prohibieron a los filipinos entrar a Manila. De
igual manera, el acuerdo de rendición entre españoles y norteamericanos tendría
lugar sin la presencia de filipino
alguno.
Aguinaldo
y su gente reaccionaron convocando a un congreso en Malolos, el 4 de setiembre.
El 29 de octubre ratificaba la independencia de Filipinas, pero ningún gobierno
extranjero como resultado de las gestiones realizadas por el de los Estados
Unidos, reconocería la misma. El 10 de diciembre se firmó en París, el Tratado de Paz entre España y los Estados
Unidos, mediante el cual estos se quedaban con las Filipinas. Finalmente, el 21
de enero de 1899 Aguinaldo promulgaba una nueva constitución y de esta forma se
establecía la primera república en Asia :
la República de Malolos(43).
Ahora
se iniciaba la etapa en que Aguinaldo se transformaba en un "bandido"
para la prensa colonialista norteamericana, y en un héroe para los filipinos
que no tuvieran intereses comunes con los Estados Unidos. Así, el 5 de febrero
de 1899 comenzaba la guerra entre los filipinos y las tropas de ocupación. Pero
el General Antonio Luna, Comandante en Jefe del Ejército filipino en la isla
central de Luzón, se opuso al liderazgo de Aguinaldo. Eso le costó la vida ; al
mismo tiempo hizo que Aguinaldo desmantelara el Ejército y llamara al
enfrentamiento de los norteamericanos en una guerra no convencional : la guerra
de guerrillas (44). Las masacres
perpetradas por las tropas de ocupación se sucedieron hasta que finalmente,
Emilio Aguinaldo fue capturado el 23 de marzo de 1901. El líder terminó retirándose de su activa
vida hasta 1935, cuando intentó nuevamente participar en política y fracasó.
Moriría en 1964, a
la edad de 95 años.
La
República de Malolos es en alguna forma emblemática. Recogería las aspiraciones
y los objetivos más sentidos de un sector importante de la población filipina,
en lucha abierta contra las fuerzas neocolonialistas nacionales y extranjeras.
Pero al mismo tiempo refleja también las contradicciones más profundas de la
sociedad filipina. Contradicciones que intelectuales como Mark Twain no
entendieron a cabalidad. Y no las entendieron por razones de civilización
únicamente, sino también porque el papel de las sociedades secretas y la
multiplicidad tribal en un país como Filipinas, sería medular en la lucha por
la independencia.
El
antiimperialismo de hombres como Twain es de factura moral, ética, y carece de
aristas políticas precisas. Por eso a veces cae tan fácilmente en el error de
equiparar las acciones de Aguinaldo con las de Washington. La comparación no
tiene sentido si pensamos que ambos activistas políticas proceden de realidades
económico-sociales profundamente distintas. Ese anti-imperialismo de sustrato
romántico podría alivianar eventualmente la consciencia de los imperialistas, pero
dejaba intactas las condiciones de explotación del colonizado.
Más
graves, sin embargo, son los errores del pensamiento imperialista. Para el
Presidente William McKinley (1897-1901)por ejemplo era perfectamente natural
anexarse Filipinas. Sus razones, decía él, procedían de la sincera convicción
de que los filipinos no sabían gobernarse a sí mismo y que había que ayudarlos
a encontrar el camino correcto hacia la democracia y el progreso capitalistas
(45).
Este
tipo de hombres partía de la base de que todo el asunto se reducía a un
problema de civilización, y concluían fácilmente que la única alternativa
válida, legítima y bien construida era la que ellos llamaban la
"civilización americana".
"Hemos tomado las armas en cumplimiento con la Humanidad y los más
altos valores de la moral pública en nuestro país", decía McKinley en el
Protocolo del 12 de Agosto de 1898, que luego conduciría a la firma del Tratado
de París de Diciembre 10 de ese mismo año (46).
En
un artículo publicado en The Independent en 1905, titulado
"Annexation", el escritor (anónimo- ; posiblemente se trata de un
editorial) argumenta que es natural que los Estados Unidos se hayan hecho cargo
de Filipinas, Cuba, Puerto Rico, el Canal de Panamá y otras islas en el Caribe.
Estaba visto que España no podía continuar controlando el costo financiero,
moral, político y humano de sus posesiones en esta parte del mundo. De tal
manera que su legítimo sucesor eran los Estados Unidos. Las intuiciones del
articulista son realmente premonitorias, porque sostenía que la única forma de
contar con "una América unida es mediante la creación de una sola y única
nación" (47). Y agregaba que sería conveniente extender el mismo principio
al resto de las Américas, puesto que "el imperialismo de la libertad" era el motivo más poderoso para que los
Estados Unidos estuviera tan interesado en promover este proceso de unidad
internacional en torno a las ideas básicas de democracia, igualdad y
fraternidad (48).
Las
Filipinas recibieron finalmente su bendición con el reconocimiento de su
independencia el 12 de julio de 1946. Ahora bien, para llegar hasta ahí esa
nación tuvo que pasar por una serie de momentos que, como hemos visto, dejaron
al país exangüe y devastado. No obstante, nosotros creemos que la actitud de
hombres como Aguinaldo, considerada por algunos historiadores extranjeros como
oportunista y egocéntrica, responde realmente a que las condiciones de la lucha
no hacían posible ningún otro tipo de planteamiento. El aparente
colaboracionsimo de Aguinaldo con los japoneses, fue la única salida que
encontró el hombre contra las tropas norteamericanas de ocupación, que
finalmente convertirían a su país en una base militar de importancia
estratégica en el Pacífico.
La
guerrilla en Filipinas, como en la mayor parte de las situaciones del mismo
tipo en otras partes del mundo, aplica las lecciones recibidas por diversas
experiencias históricas (como el caso de Cuba) y trasciende porque se trata
prácticamente del primer movimiento
anticolonialista del siglo XX. En la guerra de guerrillas de esta naturaleza
las convenciones morales son coercitivas en última instancia. No se trata de
una guerra que se ajusta a los criterios tradicionales, porque se sabe que un
enfrentamiento regular contra el invasor representa una derrota segura y
aplastante del pueblo sometido. Por lo tanto, Aguinaldo y sus hombres la mayor
parte del tiempo en que estuvieron alzados contra el invasor norteamericano, se
sirvieron del único recurso a su disposición : una guerra desleal, una guerra
que no tenía nada de convencional, una guerra en la que la disposición de los
ejércitos no satisface los requerimientos de los manuales.
Por
eso nos resulta un tanto mojigato acusar a Aguinaldo de ambigüedad y
oportunismo. Su accionar político tiene una racionalidad y la misma se ajusta a
la cotidianidad del daño mayor que se pueda hacer al enemigo. Es la misma
racionalidad que se encontrará años más tarde en Nicaragua, Argelia o
Viet-Nam. La misma que recomendaba el
lúcido Ernesto Che Guevara.
Aguinaldo
negocia con el invasor, lo traiciona, lo usa, le promete y no cumple, lo
manipula en fin. Pero estas son las armas de que se sirve el que está en
desventaja militar. La fuerza motriz de todo este conjunto de procedimientos es
la independencia de la nación filipina. La lucha anti-colonialista es
esencialmente eso : una defensa de la nacionalidad y de lo que se reconoce como
identidad nacional. Casi todos los pronunciamientos de Aguinaldo, sus distintas
plataformas ideológicas y políticas, para atender a determinados momentos de la
lucha, sus propuestas constitucionales y sus decretos llevan como signo
indeleble la marca del anticolonialismo. Rara vez hizo mención de que su país
necesitaba cambios sociales, económicos, culturales y políticos para que la
lucha anti-colonialista que había conducido toda su vida, se transformara en un
proyecto anti-imperialista. Pero no se le podía pedir a Aguinaldo que diera lo
que su realidad histórica no le ofrecía.
Aún así, recordar el 98 es recapacitar y reflexionar un poco más sobre
el momento y el perfil de hombres como Emilio Aguinaldo. Porque resulta
sospechoso que nosotros también extendamos un velo de suspicacias y moralidad
gazmoña sobre las acciones de hombres y mujeres que se sirvieron de los medios
de que disponían, para concretar lo que creían justo en ese momento : en el
caso de Aguinaldo la independencia de su país.
1898-DE
NUEVO EL CENTENARIO : APRENDER DEL PASADO PARA CONQUISTAR EL FUTURO.
Es
prácticamente imposible comprender al imperialismo norteamericano hoy, sin
hacer referencia a lo que tuvo lugar en el Caribe latinoamericano, y en el
Pacífico occidental, a finales del siglo pasado y principios del presente.
En sociedades como las nuestras, donde los
intelectuales cumplen sobre todo el papel de correas de transmisión de las
ideas que se gestan en Europa y los Estados Unidos, ahora nos quieren enseñar
que la "teoría crítica" en esos lugares aspira a la formulación de
nuevos esquemas, para analizar la era "poscolonial" que la
"posmodernidad" en curso hacia la "globalización" estaría
procesando en países como Filipinas, Cuba, y los tigres asiáticos (49).
El
asunto reciente en estudio y discusión será entonces el tipo de respuestas que
genere una pregunta como la siguiente : Ahora que se cayó el socialismo
histórico, ¿a quién habrá que civilizar si parece que hasta el viejo Tercer
Mundo ha desaparecido ? (50).
Nos
parece a nosotros que esta forma de preguntar es errónea. Desde 1898, para
indicar una fecha, el imperialismo no ha modificado a fondo sus tácticas cuando
se ha tratado de aplastar cualquier oposición a sus designios en los países y
pueblos que considera le pertenecen, ya sea por sus riquezas, o por su
ubicación geopolítica. La Guerra del
Golfo (1990-1991) así lo prueba de una manera indefectible. Panamá 1989 es el
ejemplo más triste al que uno pueda hacer referencia en este momento.
Aún
así, existen algunos autores y políticos que insisten en hacernos creer que la
"globalización" es una nueva forma (más civilizada) de llevar las
bondades del capitalismo a los más escondidos rincones del planeta. Sin
embargo, sabemos que desde el siglo XVII esta cantinela no ha cambiado
sustancialmente, cuando se trató de asuntos atinentes a la civilización. El
tono militar, expansionista y de claras pretensiones geo-políticas vino a
enriquecer el viejo discurso en el siglo XIX, pero sin alteraciones
fundamentales en los objetivos vertebrales que el sistema capitalista se había
planteado desde su inserción histórica en el siglo XVI.
LA
LIGA ANTIIMPERIALISTA en los Estados Unidos, con hombres como MARK TWAIN en sus
filas, lograron llamar la atención de un sector de la población norteamericana,
convencido de que las prácticas imperialistas acabarían hundiendo el proyecto republicano
que había surgido en ese país después de la guerra civil. Sin embargo, la Primera Guerra Mundial
(1914-1918) le dio a los Estados Unidos la oportunidad para saldar sus cuentas
con los viejos poderes coloniales europeos. En ese ambiente, junto a los
desacuerdos internos arriba referidos, la LIGA ANTIIMPERIALISTA tenía muy poco
que decir y terminó extinguiéndose en 1921. La Primera Guerra Mundial también
dividió al movimiento obrero norteamericano, como lo hizo con el europeo. Pero
más que nada, empresarios todopoderosos como Carnegie, empezaron a encontrar
dificultades para hacer coincidir su lenguaje antiimperialista con sus
actividades cotidianas. Como Carnegie, otros empresarios importantes, otrora
fieros defensores de la Liga Anti-Imperialista, empezaron a retirarle su apoyo.
Y TWAIN ya no existía desde 1910, para aclararles el camino.
Las guerras contra México (1847-1848), y contra Cuba y
Filipinas (1898-1902) siguen siendo hitos decisivos para entender al
imperialismo en este siglo XX, conocido por algunos ideólogos norteamericanos
como el "siglo americano" (51). Porque esas guerras hicieron posible
luego las constantes invasiones a Nicaragua, Panamá, República Dominicana,
Grenada y Guatemala. Entonces, ¿dónde radica la diferencia entre el imperialismo
que invade y toma Cuba en 1898, y el imperialismo que reduce a cenizas la
ciudad de Panamá en 1989 ? ¿Tiene esto algo que ver con la
"posmodernidad" y la "globalización" ? El imperialismo
continúa siendo el mismo aunque se cambie sus afeites con terminologías
altisonantes e incomprensibles para la mayor parte de las personas. En nuestros
países entonces, la verdadera labor de los intelectuales y de los políticos
decentes, es precisamente denunciar esa situación y no acomodarse a ella para
no pasar por "demodé" (fuera de moda) como dirían los franceses.
No
recordamos el 98 por simple dignificación histórica o por nuestras obsesiones
con las efemérides latinoamericanas. Es que el 98 rasga la consciencia de
"nuestra
América" según el buen decir de José Martí, y nos anuncia con claridad
enceguecedora las reales aspiraciones de nuestro vecino del Norte. Para quien
no vea esto, el 98 simplemente no significa nada. Y precisamente para que el 98
signifique algo para nosotros, es importante evitar la trampa de hacer
anti-imperialismo tal y como lo quisieran las metrópolis imperialistas. TWAIN
mordió el anzuelo del antiimperialismo romàntico, en incontables ocasiones,
cuando en sus análisis de la situación filipina o cubana, partió de la base de
que la guerra y las prácticas imperialistas contra esas naciones traicionaban
el ideario democrático norteamericano.
Una
posición más consecuente se sustenta en la legitimidad histórica y
político-social de la lucha del pueblo que es sujeto de la vejación colonialista.
Esa lucha se explica por sí misma, y no tiene por qué utilizar como referentes
históricos las ideas democráticas o no del poder hegemónico. Mucho menos acudir
a comparaciones entre los santos y héroes de la nación opresora, y aquellos de
la nación sometida. Frecuentemente TWAIN homologaba al líder filipino EMILIO
AGUINALDO con Washington y Juana de Arco (52).
Este
año de 1998 los norteamericanos y los españoles buscarán recordar y
celebrar algo que para los pueblos de Cuba, Filipinas, Puerto Rico, Hawai, y
Guam sólo puede traer a la memoria momentos de vergüenza y tristeza. De tal
manera que, este artículo busca cumplir con un objetivo fundamental : llamar la
atención de la gente con algún sentido de la dignidad, para que no nos merodeen
una conmemoración que sólo le pertenece a las verdaderas luchas
anti-imperialistas de los pueblos del Tercer Mundo. Ese que hoy, más que nunca,
está a punto de perder hasta su identidad histórica.
30/8/12
1º de Mayo. El roto
¿Pensamos cuando vemos esta imagen?. ¿O una nebulosa nos impide pensar?
Iñaki de Villa.
22/2/11
30/6/08
Primer sistema operativo
Sin estridencias, sencillo, pocas palabras, genial la interpretación, sublime en su desarrollo,algo necesario en estos tiempos ruidosos. Observa y sonrie.
26/6/08
Buen año de melones.
Cuando iba a la escuela había un maestro, una especie de ogro con diez dioptrías en cada ojo, que tenía por costumbre darnos collejas sin venir a cuento mientras decía: “hogaño, buen año de melones”. El hombre entendía de melones, eso está fuera de toda duda, pero no lo bastante para saber que él mismo, con cada colleja repartida sin ton ni son, fue haciéndose acreedor al premio al melón más grande de la mata que año tras año floreció en las hoy desaparecidas escuelas de la calle de Los Clementes.
En los años que estuvimos a su cargo fuimos la comunidad más comulgada del mundo. Nunca nos fuimos a casa con menos de seis hostias en el cuerpo, todavía recuerdo (seguro que no soy el único) la enorme mano con la que nos las administraba.
Aquel maestro y otros que nos tocaron en suerte, se aplicaron en la noble y ardua tarea de enseñarnos a leer y hacernos amar la lectura. Cuando ya leíamos con cierta soltura nos dijeron que había que leer El Quijote. Pero a pesar de su buena intención y salvo honrosas excepciones, lograron el efecto contrario al deseado porque no se puede obligar a leer poniendo el acial. Si se recurre a estas prácticas lo único que se consigue es que se asocie la lectura con el palo y eso hace que se aborrezca para siempre el acto de abrir un libro. El Quijote, presentado como libro de obligada lectura sonaba a tostón, a dolor de cabeza, a trabajo de chinos y a aburrimiento atroz. Quizás deberían haber dejado a un lado la vara y otros recursos de gañanes que, si bien resultaban eficaces para las caballerías, no servían para nosotros que, dicho sea de paso, éramos mucho más tercos. Cuando todo falla hay que echar mano de la imaginación. Quizás, apelando a nuestro espíritu de llevar la contraria a todo, podrían habernos dicho: “este libro no es para vosotros, que aún estáis más verdes que la ova” o “no se os ocurra leerlo porque no está escrito para gente vulgar sino para aventureros y soñadores”. A lo mejor presentándolo de esa manera nos habría picado la curiosidad y el amor propio y nos hubiéramos lanzado con todas nuestras fuerzas a vivir la gran aventura de leerlo, a descubrir el inmenso tesoro que contiene, la inmensa sabiduría que encierran esas palabras que van levantándose del papel al paso de nuestros ojos y saltando a nuestra mollera para iluminarla. Recorrer sus páginas es sencillamente emprender el viaje más alucinante que imaginarse pueda (el que va al interior de uno mismo) sin sacar las piernas de debajo de las faldas de la mesa camilla, sin necesidad de atravesar océanos, ríos, selvas ni desiertos, sin subir a las más altas montañas ni bajar a los más negros abismos.
No quiero dar la tabarra con el rollo ese de que hay que leer. Es algo tan evidente, tan innecesario de recordar como que hay que quitarse las legañas que nos grapan los párpados por la mañana cuando nos levantamos o que hay que ponernos el zapato derecho en el pie derecho. Pero habiendo nacido y vivido en los escenarios en los que transcurre el libro de los libros es casi un crimen no haberlo leído, no digo releerlo una vez al año como hace el escritor mexicano Carlos Fuentes, sino leerlo al menos una vez en la vida y así disfrutar de la incalculable herencia que Cervantes tuvo a bien legarnos.
De la misma manera que es casi un delito, siendo manchegos y viviendo en la mayor extensión de viñedos del planeta, un auténtico mar salpicado de un archipiélago de pueblos, no probar el vino o menospreciarlo como se menosprecia todo lo que tenemos tan a mano y en abundancia. Al vino como al Quijote hay que acercarse con humildad, con todos los sentidos abiertos, sin prejuicios ni complejos, sin dar nada por sabido, sin comerlo con la vista porque, al igual que el libro, nos sobrepasa a todos. Quizás no haya nadie con la suficiente sensibilidad para apreciarlos a los dos en toda su compleja totalidad. Pero todo se aprende, o casi todo, lo que hace falta es voluntad. A los de mi generación, cada vez que se nos ocurría empinar la bota o llevarnos un vaso de vino a los labios nos decían lo mismo: “a ver si te vas a chispar”. Como si el vino y la “chispa” fueran lo mismo y tuvieran que estar forzosamente unidos como el zumbido al moscardón. Cuando lo suyo es que desde bien jóvenes (al asomar la primera sombra de bigote) nos hubieran enseñado a apreciarlo, a saborearlo, a diferenciar las variedades de uva, a captar los pequeños matices que diferencian cada vino, porque no hay dos vinos iguales como no hay dos personas iguales; también a conocer con detalle todos los pasos de su elaboración, a saber, en suma, todo lo que hay que saber, que es mucho, de un cultivo que ha sido y es el trabajo y la vida de muchas generaciones de fadriqueños. Si lo hubieran hecho así, pocos se habrían emborrachado, porque la borrachera, la accidental, no la buscada a conciencia, que ese es otro cantar, muchas veces viene por no saber lo que se bebe. Cuando se conoce y se sabe apreciar el vino, no cabe la borrachera porque eso supone echarlo todo a perder. Y de lo que se trata es de disfrutar, de gozar de un tesoro que al igual que El Quijote, tenemos de corbata por el hecho de haber nacido en La Mancha. Habrá quien diga que prefiere la cerveza o la Coca- Cola o las tropecientas bebidas que existen hoy día. Está en su derecho. Pero ninguna de esas bebidas puede competir con el vino, ninguna está tan enraizada en nuestra cultura, ninguna es tan antigua ni nace de la tierra de forma tan natural, ninguna posee la casi infinita riqueza de matices que tiene el vino, ninguna tiene su complejidad, su misterio, ese algo mágico, que tenemos un instante en la punta de la lengua (nunca mejor dicho) y no sabemos explicar porque las palabras siempre se quedan cortas.
No se puede comparar el vino con ninguna bebida. Sería como comparar la novela de Cervantes con las mal llamadas revistas del corazón (deberían llamarse revistas de casquería y ladillas) que también son lectura.
No voy a descubrir aquí ni el vino ni El Quijote, pero, acordándome del maestro aquel diré que ya está bien de tantos buenos años de melones.
Alejandro Tello Peñalva.
En los años que estuvimos a su cargo fuimos la comunidad más comulgada del mundo. Nunca nos fuimos a casa con menos de seis hostias en el cuerpo, todavía recuerdo (seguro que no soy el único) la enorme mano con la que nos las administraba.
Aquel maestro y otros que nos tocaron en suerte, se aplicaron en la noble y ardua tarea de enseñarnos a leer y hacernos amar la lectura. Cuando ya leíamos con cierta soltura nos dijeron que había que leer El Quijote. Pero a pesar de su buena intención y salvo honrosas excepciones, lograron el efecto contrario al deseado porque no se puede obligar a leer poniendo el acial. Si se recurre a estas prácticas lo único que se consigue es que se asocie la lectura con el palo y eso hace que se aborrezca para siempre el acto de abrir un libro. El Quijote, presentado como libro de obligada lectura sonaba a tostón, a dolor de cabeza, a trabajo de chinos y a aburrimiento atroz. Quizás deberían haber dejado a un lado la vara y otros recursos de gañanes que, si bien resultaban eficaces para las caballerías, no servían para nosotros que, dicho sea de paso, éramos mucho más tercos. Cuando todo falla hay que echar mano de la imaginación. Quizás, apelando a nuestro espíritu de llevar la contraria a todo, podrían habernos dicho: “este libro no es para vosotros, que aún estáis más verdes que la ova” o “no se os ocurra leerlo porque no está escrito para gente vulgar sino para aventureros y soñadores”. A lo mejor presentándolo de esa manera nos habría picado la curiosidad y el amor propio y nos hubiéramos lanzado con todas nuestras fuerzas a vivir la gran aventura de leerlo, a descubrir el inmenso tesoro que contiene, la inmensa sabiduría que encierran esas palabras que van levantándose del papel al paso de nuestros ojos y saltando a nuestra mollera para iluminarla. Recorrer sus páginas es sencillamente emprender el viaje más alucinante que imaginarse pueda (el que va al interior de uno mismo) sin sacar las piernas de debajo de las faldas de la mesa camilla, sin necesidad de atravesar océanos, ríos, selvas ni desiertos, sin subir a las más altas montañas ni bajar a los más negros abismos.
No quiero dar la tabarra con el rollo ese de que hay que leer. Es algo tan evidente, tan innecesario de recordar como que hay que quitarse las legañas que nos grapan los párpados por la mañana cuando nos levantamos o que hay que ponernos el zapato derecho en el pie derecho. Pero habiendo nacido y vivido en los escenarios en los que transcurre el libro de los libros es casi un crimen no haberlo leído, no digo releerlo una vez al año como hace el escritor mexicano Carlos Fuentes, sino leerlo al menos una vez en la vida y así disfrutar de la incalculable herencia que Cervantes tuvo a bien legarnos.
De la misma manera que es casi un delito, siendo manchegos y viviendo en la mayor extensión de viñedos del planeta, un auténtico mar salpicado de un archipiélago de pueblos, no probar el vino o menospreciarlo como se menosprecia todo lo que tenemos tan a mano y en abundancia. Al vino como al Quijote hay que acercarse con humildad, con todos los sentidos abiertos, sin prejuicios ni complejos, sin dar nada por sabido, sin comerlo con la vista porque, al igual que el libro, nos sobrepasa a todos. Quizás no haya nadie con la suficiente sensibilidad para apreciarlos a los dos en toda su compleja totalidad. Pero todo se aprende, o casi todo, lo que hace falta es voluntad. A los de mi generación, cada vez que se nos ocurría empinar la bota o llevarnos un vaso de vino a los labios nos decían lo mismo: “a ver si te vas a chispar”. Como si el vino y la “chispa” fueran lo mismo y tuvieran que estar forzosamente unidos como el zumbido al moscardón. Cuando lo suyo es que desde bien jóvenes (al asomar la primera sombra de bigote) nos hubieran enseñado a apreciarlo, a saborearlo, a diferenciar las variedades de uva, a captar los pequeños matices que diferencian cada vino, porque no hay dos vinos iguales como no hay dos personas iguales; también a conocer con detalle todos los pasos de su elaboración, a saber, en suma, todo lo que hay que saber, que es mucho, de un cultivo que ha sido y es el trabajo y la vida de muchas generaciones de fadriqueños. Si lo hubieran hecho así, pocos se habrían emborrachado, porque la borrachera, la accidental, no la buscada a conciencia, que ese es otro cantar, muchas veces viene por no saber lo que se bebe. Cuando se conoce y se sabe apreciar el vino, no cabe la borrachera porque eso supone echarlo todo a perder. Y de lo que se trata es de disfrutar, de gozar de un tesoro que al igual que El Quijote, tenemos de corbata por el hecho de haber nacido en La Mancha. Habrá quien diga que prefiere la cerveza o la Coca- Cola o las tropecientas bebidas que existen hoy día. Está en su derecho. Pero ninguna de esas bebidas puede competir con el vino, ninguna está tan enraizada en nuestra cultura, ninguna es tan antigua ni nace de la tierra de forma tan natural, ninguna posee la casi infinita riqueza de matices que tiene el vino, ninguna tiene su complejidad, su misterio, ese algo mágico, que tenemos un instante en la punta de la lengua (nunca mejor dicho) y no sabemos explicar porque las palabras siempre se quedan cortas.
No se puede comparar el vino con ninguna bebida. Sería como comparar la novela de Cervantes con las mal llamadas revistas del corazón (deberían llamarse revistas de casquería y ladillas) que también son lectura.
No voy a descubrir aquí ni el vino ni El Quijote, pero, acordándome del maestro aquel diré que ya está bien de tantos buenos años de melones.
Alejandro Tello Peñalva.
6/6/08
La tarde de una perra .Alejandro Tello
La tarde de una perra
Atardecía. Un gigantesco sol rojo como una sandía abierta, enmarcado por un alargado jirón de nube morada que semejaba una enorme ceja, se hundía lentamente en la sierra de Villacañas. Cuando se ocultó del todo y el cuenco del cielo se volvió del color del agua sucia, la “ceja” empezó a desplegarse lentamente hasta convertirse en una especie de pájaro en llamas planeando sobre un resplandeciente mar de lava líquida que se extendía desde Villacañas a Corral.
En la esquina del camino del cementerio con la calle de Cantarranas había una galga gris tumbada en la acera mirando fijamente la espectacular puesta de sol con la cabeza apoyada en el bordillo. A veces apartaba la vista del cielo y se quedaba mirando a los que pasaban delante de ella, caminando ensimismados, envueltos en la luz agonizante, soñolienta e irreal que recortaba sus figuras contra el ocaso como si fueran siluetas de cartulina negra. Con disimulo, la perra les observaba de arriba abajo y se daba cuenta que todos eran diferentes, había mujeres y hombres; unos más altos que otros, o más gordos o más viejos, pero sus miradas eran las mismas miradas de recogimiento que parecían mirar hacia adentro, hacia lo más íntimo y secreto de cada uno. Sin levantar la cabeza del bordillo, la perra les veía alejarse calle abajo y cruzarse con otros paseantes, cada vez más escasos y desperdigados, que solían aparecer a esa hora caminando muy despacio hacia el cementerio, casi parándose para no perderse los últimos rescoldos del horizonte. Pasaban delante de la perra sin reparar en ella, y ésta los seguía con la mirada hasta que sus siluetas se diluían lentamente hasta desaparecer devoradas por las sombras unos metros más allá de la torre de alta tensión donde crecía una higuera que había buscado refugio dentro de la celosía de hierros como una especie de cangrejo ermitaño del reino vegetal. Si se fijaba bien, a algunos todavía conseguía atisbarlos unos metros más allá, frente a la bodega cuyos altos y estrechos depósitos de acero inoxidable apuntaban al cielo como una batería de misiles frente a unas naves de chapa ondulada con ventanas por donde se asomaban dos cintas transportadoras que bajo aquella luz parecían criaturas de otro mundo.
Mientras la perra veía al último paseante fundiéndose en la oscuridad se acordaba de muchos veranos atrás cuando a esas horas el camino del cementerio y las calles del pueblo se llenaban de gente buscando la marea fresca que acompañaba al crepúsculo. Ahora casi nadie paseaba, todo el mundo iba en coche o en moto a toda leche como si tuvieran algo muy importante que hacer, casi de vida o muerte.
Pero lo que más le extrañaba era no ver niños por ningún sitio. Cuando era joven, los alrededores de la laguna del Salobral estaban llenos de niños jugando. Les recordaba cabalgando sobre largas cañas que levantaban una polvareda casi como si fueran caballos de verdad; llevando rifles de caña en bandolera con una cuerda de pita y pistolas de “fistones” dentro de cartucheras hechas por ellos mismos. Otros iban de indios con lanzas de caña, arcos de taray y flechas de junco. Otros, subidos en lo alto de las sarmenteras que había alrededor de la laguna, jugaban a piratas llevando espadas y puñales de madera y otros arreos al cinto por si se terciaba un abordaje. Y desde primeras horas de la tarde, las eras que rodeaban el pueblo bullían de chicos jugando al fútbol que apuraban la tarde hasta que no se veía no sólo el balón y las porterías de cantos apilados, sino casi ni sus propias manos. Otros niños de todas las edades y tamaños recorrían incansables el pueblo montados en bicicletas también de todas las edades y tamaños. Algunas hubieran merecido acabar en un museo. Todos iban armados con el tirachinas y con los bolsillos, además del moquero y algunas pesetillas para polos y pipas, llenos de cantos por si se terciaba disparar a algún bicho o a algún semejante, que lo mismo daba. Más de una vez la perra fue atacada en los alrededores del Salobral por partidas de pistoleros o indios o piratas o ciclistas que esperaban escondidos tras los montones de escombros que iban llevando hasta allí los vecinos sin darse cuenta, ni ellos ni las autoridades, que aquello no era un vertedero y de que de esa forma, y ayudados por la sequía, estaban acabando con uno de los humedales de la región. Sin prisa pero sin pausa se cargaron la laguna convirtiéndola en una charca sin más flora que picachichas, cardos y salicones, ni más fauna que mosquitos para parar siete trenes.
A la perra esas cosas no le extrañaban porque a sus años ya se esperaba cualquier cosa de los humanos. Nunca olvidaría que sus padres murieron ahorcados por su amo después de servirle bien durante años. Su delito fue hacerse mayores y perder la velocidad punta necesaria para cazar liebres.
De un tiempo a esta parte, el pueblo sin niños jugando en la calle era un misterio que le intrigaba hasta el punto de quitarle el sueño. Y empezó a investigar por qué ahora los chicos no hacían algo que habían hecho sus padres, abuelos y tropecientas generaciones anteriores. Y después de mucho asomarse por las ventanas, de entrar en las casas y recorrerlas en busca de niños y después de muchas cavilaciones tumbada en la acera frente a su casa viendo puestas de sol, llegó a la conclusión de que unas extrañas máquinas, unas pantallas con cosas moviéndose dentro les tenían secuestrados en sus casas, Los niños, hipnotizados por el parpadeo de las pantallas y el continuo bullir de monigotes, apretaban botones incesantemente como gallinas hambrientas picoteando en la basura. La perra no sabía lo que hacían pero intuía que los niños de antes eran más felices, más niños, y no estos que parecían oficinistas. Hubiera agradecido que alguno le hiciera caso, aunque fuera para tirarle un canto.
Alejandro Tello Peñalva
Atardecía. Un gigantesco sol rojo como una sandía abierta, enmarcado por un alargado jirón de nube morada que semejaba una enorme ceja, se hundía lentamente en la sierra de Villacañas. Cuando se ocultó del todo y el cuenco del cielo se volvió del color del agua sucia, la “ceja” empezó a desplegarse lentamente hasta convertirse en una especie de pájaro en llamas planeando sobre un resplandeciente mar de lava líquida que se extendía desde Villacañas a Corral.
En la esquina del camino del cementerio con la calle de Cantarranas había una galga gris tumbada en la acera mirando fijamente la espectacular puesta de sol con la cabeza apoyada en el bordillo. A veces apartaba la vista del cielo y se quedaba mirando a los que pasaban delante de ella, caminando ensimismados, envueltos en la luz agonizante, soñolienta e irreal que recortaba sus figuras contra el ocaso como si fueran siluetas de cartulina negra. Con disimulo, la perra les observaba de arriba abajo y se daba cuenta que todos eran diferentes, había mujeres y hombres; unos más altos que otros, o más gordos o más viejos, pero sus miradas eran las mismas miradas de recogimiento que parecían mirar hacia adentro, hacia lo más íntimo y secreto de cada uno. Sin levantar la cabeza del bordillo, la perra les veía alejarse calle abajo y cruzarse con otros paseantes, cada vez más escasos y desperdigados, que solían aparecer a esa hora caminando muy despacio hacia el cementerio, casi parándose para no perderse los últimos rescoldos del horizonte. Pasaban delante de la perra sin reparar en ella, y ésta los seguía con la mirada hasta que sus siluetas se diluían lentamente hasta desaparecer devoradas por las sombras unos metros más allá de la torre de alta tensión donde crecía una higuera que había buscado refugio dentro de la celosía de hierros como una especie de cangrejo ermitaño del reino vegetal. Si se fijaba bien, a algunos todavía conseguía atisbarlos unos metros más allá, frente a la bodega cuyos altos y estrechos depósitos de acero inoxidable apuntaban al cielo como una batería de misiles frente a unas naves de chapa ondulada con ventanas por donde se asomaban dos cintas transportadoras que bajo aquella luz parecían criaturas de otro mundo.
Mientras la perra veía al último paseante fundiéndose en la oscuridad se acordaba de muchos veranos atrás cuando a esas horas el camino del cementerio y las calles del pueblo se llenaban de gente buscando la marea fresca que acompañaba al crepúsculo. Ahora casi nadie paseaba, todo el mundo iba en coche o en moto a toda leche como si tuvieran algo muy importante que hacer, casi de vida o muerte.
Pero lo que más le extrañaba era no ver niños por ningún sitio. Cuando era joven, los alrededores de la laguna del Salobral estaban llenos de niños jugando. Les recordaba cabalgando sobre largas cañas que levantaban una polvareda casi como si fueran caballos de verdad; llevando rifles de caña en bandolera con una cuerda de pita y pistolas de “fistones” dentro de cartucheras hechas por ellos mismos. Otros iban de indios con lanzas de caña, arcos de taray y flechas de junco. Otros, subidos en lo alto de las sarmenteras que había alrededor de la laguna, jugaban a piratas llevando espadas y puñales de madera y otros arreos al cinto por si se terciaba un abordaje. Y desde primeras horas de la tarde, las eras que rodeaban el pueblo bullían de chicos jugando al fútbol que apuraban la tarde hasta que no se veía no sólo el balón y las porterías de cantos apilados, sino casi ni sus propias manos. Otros niños de todas las edades y tamaños recorrían incansables el pueblo montados en bicicletas también de todas las edades y tamaños. Algunas hubieran merecido acabar en un museo. Todos iban armados con el tirachinas y con los bolsillos, además del moquero y algunas pesetillas para polos y pipas, llenos de cantos por si se terciaba disparar a algún bicho o a algún semejante, que lo mismo daba. Más de una vez la perra fue atacada en los alrededores del Salobral por partidas de pistoleros o indios o piratas o ciclistas que esperaban escondidos tras los montones de escombros que iban llevando hasta allí los vecinos sin darse cuenta, ni ellos ni las autoridades, que aquello no era un vertedero y de que de esa forma, y ayudados por la sequía, estaban acabando con uno de los humedales de la región. Sin prisa pero sin pausa se cargaron la laguna convirtiéndola en una charca sin más flora que picachichas, cardos y salicones, ni más fauna que mosquitos para parar siete trenes.
A la perra esas cosas no le extrañaban porque a sus años ya se esperaba cualquier cosa de los humanos. Nunca olvidaría que sus padres murieron ahorcados por su amo después de servirle bien durante años. Su delito fue hacerse mayores y perder la velocidad punta necesaria para cazar liebres.
De un tiempo a esta parte, el pueblo sin niños jugando en la calle era un misterio que le intrigaba hasta el punto de quitarle el sueño. Y empezó a investigar por qué ahora los chicos no hacían algo que habían hecho sus padres, abuelos y tropecientas generaciones anteriores. Y después de mucho asomarse por las ventanas, de entrar en las casas y recorrerlas en busca de niños y después de muchas cavilaciones tumbada en la acera frente a su casa viendo puestas de sol, llegó a la conclusión de que unas extrañas máquinas, unas pantallas con cosas moviéndose dentro les tenían secuestrados en sus casas, Los niños, hipnotizados por el parpadeo de las pantallas y el continuo bullir de monigotes, apretaban botones incesantemente como gallinas hambrientas picoteando en la basura. La perra no sabía lo que hacían pero intuía que los niños de antes eran más felices, más niños, y no estos que parecían oficinistas. Hubiera agradecido que alguno le hiciera caso, aunque fuera para tirarle un canto.
Alejandro Tello Peñalva
19/5/08
Gente de antaño. Alejandro Tello
GENTE DE ANTAÑO
Cuando murió Gandhi, alguien dijo: “a las generaciones venideras les costará creer que un hombre así caminó alguna vez sobre la tierra”. Aquel hindú con hechuras de galgo consiguió lo que parecía imposible: echar a los ingleses de su país. Toda una hazaña y más si se tiene en cuenta que nosotros no hemos podido echarlos de Gibraltar después de trescientos años de ocupación. Aquel hombrecillo renegrido de gafas redondas, que mataba el tiempo dándole a la rueca, también demostró, que con la razón y su revolucionaria arma de construcción masiva llamada resistencia pacífica y no violencia, puede liderarse un país sin necesidad de masacrar, matar de hambre y esclavizar a los que piensan de otra manera, como hizo aquí uno de cuyo nombre no quiero acordarme y que, casi treinta años después de su muerte, aún reposan sus restos bajo el altar mayor de una basílica. Un detalle que no sólo dice mucho de los dirigentes de la Iglesia: los describe a la perfección.
Pero con todo su coraje y determinación, que fue mucho, Gandhi nunca hubiera podido él solo conseguir la independencia de la India. Necesitó la ayuda de miles de compatriotas para echar a los colonizadores. Pero de esas personas nunca se hablará, pasarán directamente al olvido.
Del mismo modo que en nuestro país, a la hora de recordar el fin de la dictadura, sólo se hablará de los líderes de la transición como supremos hacedores de la libertad y la democracia. Los historiadores seguirán haciendo fluir ríos de almibarada tinta cantando las gestas de ese puñado de intrépidos políticos que consiguieron por fin apuntillar a una dictadura herida de muerte que ya buscaba las tablas y contarán con elevada prosa la forma en que recibieron el unánime aplauso nacional e internacional en el arrastre de mulillas de ese régimen que nunca debió haber amanecido. Ellos, los políticos de la transición, quedarán para todo el mundo como los héroes, los valientes que liquidaron a una de las dictaduras más sanguinarias de la historia contemporánea. Para los jóvenes que estudian la historia de España, los nombres de esos políticos tan cojonudos que llenan decenas de páginas en libros de texto y enciclopedias serán los buenos de la película, los que liberaron a la “chica” (la democracia) después de un largo cautiverio por parte de una cuadrilla de malhechores. Entonces descubrirán algo que ni los guionistas de “espaguetti western” más delirantes hubieran imaginado jamás: Fraga, uno de los malos que mantuvo secuestrada a la “chica” durante cuatro interminables décadas, se convirtió de la noche a la mañana en uno de sus salvadores, en casi un padre para ella. Pero no pasa nada, estamos en el país del todo vale.
Mucho se ha escrito de esa transición supuestamente modélica pero ni una sola línea dedicada a la clase de tropa, a esa audaz y casi temeraria infantería, formada por miles de hombres y mujeres antifascistas, que a lo largo de la dictadura realizaron en la más precaria clandestinidad el duro trabajo de machacar en hierro frío, de no resignarse jamás al abuso y a la injusticia, de desbrozar y limpiar de piedras el camino para que, andado el tiempo, los políticos pudieran caminar por él y hacer su trabajo sin grandes sobresaltos. Por desgracia nunca se hablará de ellos, de sus incontables batallas donde se jugaban a diario la cárcel y la vida contra un enemigo, no sólo infinitamente superior, sino infinitamente cruel y despiadado. Batallas unas ganadas y otras perdidas pero, y eso es lo más importante, batallas libradas que lentamente, como la carcoma, fueron royendo las vigas maestras del régimen. Estos olvidados de casi todos, con su labor de hormiguitas, fáciles de aplastar pero, al igual que las hormigas, imposibles de eliminar del todo, fueron los que recuperaron para este país la libertad y los derechos que tan injustamente les fueron arrebatados por una cuadrilla de militares sublevados que sólo fueron capaces de ganar guerras contra su propio pueblo. Ellos, los hombres y mujeres de izquierdas de este país, hicieron posible la llegada de una democracia que muchos, hoy día, sobre todo gente joven, creen que llegó a España en la semana fantástica de El Corte Inglés. Ellos, los antifascistas, trapecistas sin red sobre una charca llena de cocodrilos, sabían que se jugaban la vida pero también sabían que la vida no es digna de ese nombre si hay que vivirla de rodillas. Ellos, los anónimos luchadores por las libertades de este maltratado país son los cimientos donde se asienta el Estado de Derecho; lo que no se ve, pero está.
Ahora que nuestro ombligo es el centro del universo, ahora que el dinero se ha convertido en una liebre mecánica a la que a toda costa intentamos dar alcance, dejándonos en el camino todas las ideas y principios en los que siempre habíamos creído; ahora que el egoísmo lo llevamos todo el día puesto a modo de anteojeras, ahora que no damos al vecino ni la hora, es bueno recordar que antaño hubo una gente que luchó y se dejó la vida por conquistar unos derechos y libertades, a los que ahora no damos demasiada importancia, como no se da importancia a un puente hasta que no se ha cruzado el río a nado y en invierno. Derechos y libertades que a muchos les hace encogerse de hombros como si eso no fuera con ellos; derechos y libertades que, me temo, no somos capaces de disfrutar ni usar cabalmente porque, por desgracia, las cosas que nos son dadas no se valoran, como no se valora nada que no se ha logrado con el propio esfuerzo.
Sirvan estas cuatro líneas como emotivo recuerdo y homenaje a todos los hombres y mujeres anónimos que lucharon por lo que ahora tenemos. Según va la cosa, cada vez costará más trabajo creer que gente así caminó alguna vez sobre la tierra.
Alejandro Tello Peñalva.
Cuando murió Gandhi, alguien dijo: “a las generaciones venideras les costará creer que un hombre así caminó alguna vez sobre la tierra”. Aquel hindú con hechuras de galgo consiguió lo que parecía imposible: echar a los ingleses de su país. Toda una hazaña y más si se tiene en cuenta que nosotros no hemos podido echarlos de Gibraltar después de trescientos años de ocupación. Aquel hombrecillo renegrido de gafas redondas, que mataba el tiempo dándole a la rueca, también demostró, que con la razón y su revolucionaria arma de construcción masiva llamada resistencia pacífica y no violencia, puede liderarse un país sin necesidad de masacrar, matar de hambre y esclavizar a los que piensan de otra manera, como hizo aquí uno de cuyo nombre no quiero acordarme y que, casi treinta años después de su muerte, aún reposan sus restos bajo el altar mayor de una basílica. Un detalle que no sólo dice mucho de los dirigentes de la Iglesia: los describe a la perfección.
Pero con todo su coraje y determinación, que fue mucho, Gandhi nunca hubiera podido él solo conseguir la independencia de la India. Necesitó la ayuda de miles de compatriotas para echar a los colonizadores. Pero de esas personas nunca se hablará, pasarán directamente al olvido.
Del mismo modo que en nuestro país, a la hora de recordar el fin de la dictadura, sólo se hablará de los líderes de la transición como supremos hacedores de la libertad y la democracia. Los historiadores seguirán haciendo fluir ríos de almibarada tinta cantando las gestas de ese puñado de intrépidos políticos que consiguieron por fin apuntillar a una dictadura herida de muerte que ya buscaba las tablas y contarán con elevada prosa la forma en que recibieron el unánime aplauso nacional e internacional en el arrastre de mulillas de ese régimen que nunca debió haber amanecido. Ellos, los políticos de la transición, quedarán para todo el mundo como los héroes, los valientes que liquidaron a una de las dictaduras más sanguinarias de la historia contemporánea. Para los jóvenes que estudian la historia de España, los nombres de esos políticos tan cojonudos que llenan decenas de páginas en libros de texto y enciclopedias serán los buenos de la película, los que liberaron a la “chica” (la democracia) después de un largo cautiverio por parte de una cuadrilla de malhechores. Entonces descubrirán algo que ni los guionistas de “espaguetti western” más delirantes hubieran imaginado jamás: Fraga, uno de los malos que mantuvo secuestrada a la “chica” durante cuatro interminables décadas, se convirtió de la noche a la mañana en uno de sus salvadores, en casi un padre para ella. Pero no pasa nada, estamos en el país del todo vale.
Mucho se ha escrito de esa transición supuestamente modélica pero ni una sola línea dedicada a la clase de tropa, a esa audaz y casi temeraria infantería, formada por miles de hombres y mujeres antifascistas, que a lo largo de la dictadura realizaron en la más precaria clandestinidad el duro trabajo de machacar en hierro frío, de no resignarse jamás al abuso y a la injusticia, de desbrozar y limpiar de piedras el camino para que, andado el tiempo, los políticos pudieran caminar por él y hacer su trabajo sin grandes sobresaltos. Por desgracia nunca se hablará de ellos, de sus incontables batallas donde se jugaban a diario la cárcel y la vida contra un enemigo, no sólo infinitamente superior, sino infinitamente cruel y despiadado. Batallas unas ganadas y otras perdidas pero, y eso es lo más importante, batallas libradas que lentamente, como la carcoma, fueron royendo las vigas maestras del régimen. Estos olvidados de casi todos, con su labor de hormiguitas, fáciles de aplastar pero, al igual que las hormigas, imposibles de eliminar del todo, fueron los que recuperaron para este país la libertad y los derechos que tan injustamente les fueron arrebatados por una cuadrilla de militares sublevados que sólo fueron capaces de ganar guerras contra su propio pueblo. Ellos, los hombres y mujeres de izquierdas de este país, hicieron posible la llegada de una democracia que muchos, hoy día, sobre todo gente joven, creen que llegó a España en la semana fantástica de El Corte Inglés. Ellos, los antifascistas, trapecistas sin red sobre una charca llena de cocodrilos, sabían que se jugaban la vida pero también sabían que la vida no es digna de ese nombre si hay que vivirla de rodillas. Ellos, los anónimos luchadores por las libertades de este maltratado país son los cimientos donde se asienta el Estado de Derecho; lo que no se ve, pero está.
Ahora que nuestro ombligo es el centro del universo, ahora que el dinero se ha convertido en una liebre mecánica a la que a toda costa intentamos dar alcance, dejándonos en el camino todas las ideas y principios en los que siempre habíamos creído; ahora que el egoísmo lo llevamos todo el día puesto a modo de anteojeras, ahora que no damos al vecino ni la hora, es bueno recordar que antaño hubo una gente que luchó y se dejó la vida por conquistar unos derechos y libertades, a los que ahora no damos demasiada importancia, como no se da importancia a un puente hasta que no se ha cruzado el río a nado y en invierno. Derechos y libertades que a muchos les hace encogerse de hombros como si eso no fuera con ellos; derechos y libertades que, me temo, no somos capaces de disfrutar ni usar cabalmente porque, por desgracia, las cosas que nos son dadas no se valoran, como no se valora nada que no se ha logrado con el propio esfuerzo.
Sirvan estas cuatro líneas como emotivo recuerdo y homenaje a todos los hombres y mujeres anónimos que lucharon por lo que ahora tenemos. Según va la cosa, cada vez costará más trabajo creer que gente así caminó alguna vez sobre la tierra.
Alejandro Tello Peñalva.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)